Monday, April 09, 2018

Visualizadores a distancia: en pos de los OVNIS ocultos (agosto 2004)



VISUALIZADORES A DISTANCIA: EN POS DE LOS OVNIS OCULTOS
Por
Scott Corrales
2004-08-30


Una de las películas de ciencia-ficción de mayor importancia sobre el tema de los no identificados es una que muchos interesados en la ovnilogía nunca han visto. Titulada The Bamboo Saucer (el platívolo de bambú) y retitulada Collision Course (rumbo de colisión) posteriormente, este largometraje dirigido por Jerry Fairbanks y protagonizado por Dan Duryea nos transporta a la China Comunista de los años ’50, donde un platillo volador clásico – estructura metálica parecida a dos platos soperos invertidos con un domo en su parte superior – se ha estrellado en una comarca rural. Un misionero ha logrado ocultar el artefacto desconocido en una granja antes de que los “rojos” se apoderen de él, y se comunica con el gobierno estadounidense para rescatar el platillo.

Un comando liderado por el personaje de Duryea llega a China y se hace cargo del proyecto, pero resulta imposible internarse en la nave extraterrestre, que carece de puertas o ventanas. Casualmente, uno de los comandos decide afeitarse con una rasuradora eléctrica, cuyo zumbido hace que se abra un agujero en el fondo del platillo, dando a conocer sus secretos. Pero como en toda producción de Hollywood, los villanos están próximos a llegar, y los “buenos” no tienen otro remedio sino salir volando de China a bordo del platillo, que se desplaza por el espacio usando “redes magnéticas naturales”.
El final es obligatoriamente feliz.

De este rodaje poco conocido han surgido muchos conceptos que aceptamos como cosa normal en la investigación ovni, y detalles que han formado parte los supuestos ovnis de Bob Lazar en la zona S-4 o Area 51 y la explicación de propulsión magnética que aparecería en numerosas crónicas tanto de contactismo como de secuestro por extraterrestres.

Aunque la influencia de la ciencia-ficción en numerosos casos de ovnis es innegable, ello no significa que los platillos chocados, ocultos por un gobierno u otro, o rescatados igualmente por un gobierno u otro no tengan una realidad independiente, como veremos a continuación.

El platívolo abandonado

En el otoño de 1992 el fallecido investigador norteamericano Kenneth Willoughby me hacía llegar un relato totalmente increíble: en medio de la confusión y emoción delirante que se respiraba en el entorno de aquellos primeros años de la segunda “gran década de los ovnis”, entre las afirmaciones de bases alienígenas subterráneas en Dulce, Nuevo México y platillos estrellados en Roswell, sobresalía un relato que poseía cierta lucidez a pesar de estar relacionado con la dudosa disciplina denominada “visualización remota” y supuestamente empleada por operativos del ejército estadounidense para discernir objetivos militares y civiles que no podían hallarse con métodos convencionales. De hecho, a pesar de su nebuloso origen, el relato que me ofrecía Willoughby era mucho más verosímil que las descripciones de extraños trozos de carne flotando en un líquido ambarino en las profundidades de una meseta en el suroeste americano.

El 29 de abril de 1987, un corresponsal del investigador Willoughby había realizado una experiencia de visualización remota pero desde una perspectiva muy original: el visualizador intentaba ponerse en el lugar del piloto de un OVNI sobrevolando nuestro planeta. “En gran silencio”, reza la narración “percibí como la pequeña nave flotaba sobre un panorama oscuro con matices plateados de páramos, ríos, y granjas silenciosas. Parecía ubicarse en alguna parte de la costa este de los EE.UU., tal vez Connecticut o Vermont...” Satisfecho con el aparente éxito de la visualización, el sujeto lo intentó de nuevo, pero esta vez acompañado. Su compañera le formulaba preguntas y él las contestaba según las imágenes que le llegaban. La primera interrogante era si efectivamente había chocado un ovni en Roswell.

La respuesta fue sorprendente. No había chocado uno, sino tres: uno de ellos había sido trasladado a otro punto en el sureste de Nuevo México, alojado en un enorme y oscuro hangar u almacén. En su informe escrito, el visualizador manifestaba poder ver una variedad de objetos esparcidos por el suelo, alumbrados por algunas luces. El ambiente en este lugar le inspiraba extrañeza y la sensación de que los que custodiaban el lugar tenían miedo de él, tal vez por motivo de radiaciones desconocidas.

El segundo objeto—rezaba el informe—se localizaba directamente al este de Roswell en otra base militar. A diferencia del primer lugar visitado por el visualizador remoto, este lugar gozaba de buena iluminación y contenía un platillo volador de configuración clásica y con un domo en su cubierta superior. “Existe una zona desgarrada de unos ocho o diez pies de ancho en la que los científicos concentran su atención. Personas en batas blancas operan ordenadores y examinan el vehículo a través de un instrumental complejo. Han podido penetrar el interior del ovni a través de la zona desgarrada, pero no han tenido mucho éxito en lo que se refiere a analizar sus piezas a pesar de haberlo tenido bajo su custodia por 40 años”.

Aquí el informe adquiere matices interesantes que van contra lo establecido: “Los militares responsables del OVNI desean que jamás hubiera aparecido, ya que su investigación ha consumido recursos y dinero por 40 años sin aportar ninguna información de valor. Les gustaría enterrarlo de una vez por todas, aunque no lo han hecho porque trasladar el platillo resulta difícil bajo condiciones de hermetismo total; es dificil de camuflar y no hay manera de desmantelarlo”. El visualizador se permite un comentario jocoso: que los viejos comandantes de esta base se guardan el secreto al jubilarse, permitiendo que los nuevos comandantes descubran “aquello” y sus operaciones por sí solos.

A estas alturas del informe, el visualizador parece estarse comunicando con alguna especie de inteligencia o su “yo superior” (tan popular en la Nueva Era), formulando preguntas sobre el alcance efectivo de la nave espacial y recibiendo una respuesta sumamente confusa: el alcance era de seis veces la orbita de la tierra alredor del sol, incluyendo el movmiento del Sol y la tierra alrededor de la galaxia durante el plazo de seis años. Perplejo, el visualizador preguntó que si el aparato era capaz de llegar a las estrellas más cercanas. La fuente desconocida le hizo saber que el platívolo podía llevar a ¼ de la distancia en cuestión, citando una especie de punto de relevo en medio del espacio exterior. “Recibí la respuesta de que se trataba de un lugar oscuro, como un desierto o vertedero, con piezas de refacción esparcidas por doquier. No había señales de vida, tratándose tan solo de un punto de descanso o de reparaciones”.

Afirmando sentirse frustrado con esta información, el visualizador comenzó a describir un pasadizo en las entrañas de la tierra, un lugar de “fuerte carga emocional”. A pesar de la oscuridad del pasillo, resultaba posible ver puertas de vidrio translúcido en un extremo. “Una gran caja fuerte sobresalía unas 6 pulgadas del muro. El secreto se encontraba dentro de ella. Comencé a sentirme preocupado. Repentinamente experimenté una sensación de peligro, como si una bestia feroz nos estuviera acechando.”

Saliendo del trance de la visualización remota, el sujeto comentó a su compañera que parecía haber alguna especie de protección psíquica contra la penetración por “yoghis o fakires”.

El visualizador finaliza su informe expresando sus dudas sobre el proceso utilizado para recabar los datos. “En cuanto a la exactitud de la visualización remota, ¿quien sabe? Ambos éramos novatos, y la sesión produjo la información más detallada de todas mis experiencias en este campo. No podemos decir si captamos eventos objetivamente reales, o las proyecciones de una conciencia en masa, o una fantasía detallada. Se trata de algo que no podemos contestar. ¿Adónde trazamos la línea entre lo real y lo que no es?”

Ahí concluye el escrito enviado por Kenneth Willoughby. Curiosamente, los nombres del visualizador y su ayudante, claramente una mujer, no aparecen en el texto aunque se hace mención de un tal “Keith” que puede ser el visualizador o el encargado de la operación. Aunque corremos el riesgo de apartarnos del tema de este trabajo, cabe señalar que gran parte de los visualizadores remotos que llegaron a pertenecer al proyecto GRILLFLAME auspiciado por el ejército de los EE.UU. tenían un marcado interés en el fenómeno ovni, y uno de ellos – el capitán Ed Dames – llegó a recibir una repimienda de sus superiores por usar el fenómeno como material de entrenamiento para sus principiantes. Pero el mismo Dames, ahora uno de los pocos visualizadores remotos “comerciales” al servicio de la industria privada, afirmó que los extraterrestres tenían numerosas bases en todo el mundo—bajo el mar, bajo la tierra y en lugares remotos. No sería ilógico suponer que el interés en buscar extraterrestres se extendiera a la búsqueda de ovnis capturados por su mismo gobierno...o por otros.

Sin embargo, hay un detalle sumamente curioso: el detalle de la enorme caja fuerte y su contenido, protegido por un supuesto “resguardo psíquico”. Se trata de una realidad concreta que aparecerá más adelante, aunque lejos del estado de Nuevo México.



Los hombrecillos verdes del hangar 18

La base aérea Wright-Patterson del estado de Ohio ha adquirido proporciones legendarias dentro del mundo de la investigación ovni. Además de ser la sede de ATIC (Advanced Technologies Investigation Center) y del proyecto “Libro Azul” de la década de los ’60, inmortalizado por la serie de televisión del mismo nombre, Wright-Pat, como se le conoce en inglés, posee otro atractivo igual de mítico: el hangar 18.

Algunas versiones de la leyenda dicen que el hangar 18 contiene un platillo volador intacto; en otras versiones el platillo está despedazado. También se comenta que hay tripulantes humanoides conservados en formaldehído, y que estos son o enormes o diminutos. La narración ha sufrido cambios con el paso de los tiempos, pero aún se cita como parte del legado ufológico de épocas anteriores.

La leyenda del hangar 18 fue dada a conocer al público no especializado en 1980 a través de un largometraje titulado Hangar 18, protagonizado por Darren McGavin, Robert Vaughn y Gary Collins. Este rodaje de la Sun Classic Pictures presenta el estregamiento de un clásico platillo volador con la muerte de sus dos tripulantes, y que acaba siendo estudiado por los militares estadounidenses. Aunque la película incluye situaciones que nada tienen que ver con el mito, como los astronautas fugitivos que huyen de la ley por haber visto un ovni, se le considera como una representación fiel los alienígenas, su lenguaje basado en jeroglíficos y otros detalles.

Sin embargo, una visita a la base Wright-Pat (convertido en museo de aviación y abierto al público en general) en la ciudad de Dayton, Ohio confirmará que no hay, ni tampoco hubo, un hangar 18. ¿Qué pasó entonces con los hombrecillos verdes y el platívolo estrellado? Vamos por partes.

La doctora Irena Scott del Mid Ohio UFO Research Association (MORA) tuvo la oportunidad de vistar la base Wright-Pat repetidas veces para asistir a reuniones relacionadas con su trabajo en el Battelle Memorial Institute. En conversaciones con los directivos de la base-museo, descubrió que durante la Segunda Guerra Mundial la base fue utilizada para alojar prisioneros alemanes. Entre doscientos y cuatrocientos nazis capturados durante las campañas norafricanas e italianas de 1943-1945 acabaron cruzando el Atlántico después de que los campos de concentración en el Reino Unido llegaran a estar peligrosamente llenos.

Algunos prisioneros de guerra, comenta la doctora, fueron empleados para cargar y descargar los vagones de trenes con material que llegaba a la base, mientras que otros acabaron cocinando o sirviendo comida en los comedores de la base. Para distraerse, los prisioneros se dedicaron a pintar murales que representaban las tradiciones folklóricas de su patria – toda suerte de elfos, dragones, “kobolds” y otros seres fantásticos de piel verde...ese sería el origen de la leyenda de los “hombrecillos verdes” en la base Wright-Patterson (Ohio UFOs and Others, Greyden Press, 1997: p.43)

La respuesta sobre el hangar 18 es mucho más compleja y menos pintoresca. La enorme base militar esta dividida en una zona “A” y otra “B”. Se cree que el segundo de tres hangares a lo largo de una pista de aterrizaje en desuso pueda haber sido el célebre “18”, aunque en ningún momento se les dio numeración ordinal o cardinal. No obstante, la base Wright-Patterson sí cuenta con una serie de edificios numerados, entre los cuales figuran el 18 A, B y C respectivamente.

Suponiendo por un momento que un ovni efectivamente chocó en Roswell (o en Aztec, o en Corona, o en cualquier otro punto de la geografía del suroeste de los Estados Unidos) y habiendo bases militares de mayor tamaño e importancia en estados contiguos--Twenty-Nine Palms y Muroc en California, Kirtland en Colorado, Dugway en Utah, etc.-- ¿qué sentido tenía transportar el supuesto platillo y sus presuntos tripulantes al otro lado del país?

En 1992, el escritor Michael Collins siguió una pista sumamente interesante que le llevaría hasta la base Wright-Patterson, determinó la existencia de una serie de pasadizos y bóvedas subterráneas localizadas debajo del edificio 167 de la base – una estructura de una sola planta y dos puertas. Esta estructura servía un fin muy especial dentro del Cuerpo Aéreo del Ejército: era el almacén del altamente peligroso y explosivo nitrato de plata empleado por el Escuadrón Fotográfico en la ciudad de St. Louis, Missouri, un mando militar conocido en la actualidad como el Escuadrón de Cámarografos de Combate, Destacamento 2. La única manera de asegurar la integridad de los nitratos era mediante niveles de enfriamiento que rayaban en lo criogénico.

“Según una fuente confidencial, un coronel jubilado de la USAF que pude entrevistar”, escribe Collins en su trabajo Wright-Patterson’s Secret Underground, “ En 1953, el guardián del edificio y sus enormes bóvedas subterráneas recibió aviso de sus superiores que era necesario evacuar el gran acervo de nitrato de plata en menos de tres días, ya que el uso del edificio 167 sería modificado.”

Tres días después, según el testimonio del militar anónimo, un avión de carga aterrizó en la “Zona B” de la base y se descargaron cuatro recipientes de cuatro pies de largo que fueron colocados a su vez en un camión y transportados hasta el 167 rodeados por fuerzas de seguridad. Cuando el encargado del edificio preguntó qué había en los envases, se le contestó “Ufonautas, y no preguntes más.”

Aunque hay conflictos sobre si las fuerzas armadas estaban utilizando nitrato de plata con fines fotográficos en 1953, todos los entrevistados por Collins parecen coincidir en algo: las bovedas subterráneas de Wright-Patterson no fueron para fines fotográficos desde comienzos de esa decada. Es comprensible que el frío necesario para impedir desgracias con el nitrato fuese útil para mantener la integridad de los supuestos alienígenas, explicando así la necesidad de transportar los cadáveres no humanos a miles de kilómetros del punto de impacto.

Se rumora que otra posible estructura empleada para el almacenamiento de los restos extraterrestres fue el edificio 620, el laboratorio de electrónica de aviación, cuyos subsótanos son numerosos y acaban en un túnel sumamente extenso interrumpido por al menos tres grandes puertas contra explosiones. Al final del gran túnel, “a veinte pies por debajo del estacionamiento del edificio 620”, según las puntualizaciones de Collins, se halla una enorme bóveda que ha recibido mantenimiento constante desde 1982.

¿Sería esta la bóveda percibida en 1987 por los dos visualizadores remotos anónimos en el informe de Kenneth Willoughby, con su caja fuerte que sobresale a seis pulgadas de la pared? La interrogante seguirá en pié por mucho tiempo...

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