Saturday, October 08, 2016

Oceanía: la madre de los misterios



Oceanía: la madre de los misterios
Por Scott Corrales © 2016

Los seres humanos han dejado huella de sus actividades en los sitios más recónditos desde el amanecer de los tiempos. Aunque no se trate nada más significativo que los restos de una fogata encendida por nómadas en una vasta planicie asiática en la que el cielo y el horizonte se confunden en la lejanía, o los humildes restos de una choza petrificada la orilla de un salar que en su día fue un gran lago, sentimos un interés innato y hasta nos emociona ver estos restos, ni decir las ruinas de las grandes civilizaciones de nuestro planeta.

Este afán de buscar huellas de nuestros antepasados se extiende a la búsqueda de ciudades perdidas y estructuras olvidadas por los libros de historia y las tradiciones culturales de la historia. En la década de los ’60 una serie de autores popularizó el interés por la criptoarqueología: Brad Steiger nos hablaba de la civilización desconocida en América del Norte que dejó no sólo fortificaciones ocultadas por la exuberante vegetación de estas tierras, sino también delicadas obras de arte y monedas que fueron relegadas al olvido tras su descubrimiento por ser “pedradas en la cara de la historia”, como solía decirse. Robert Charroux, Raymond Drake y otros hicieron los mismo.

Ciudades perdidas de Oceanía

En 1979, el destacado escritor e investigador australiano Rex Gilroy escribía sobre las "civilizaciones desconocidas" que pudieron haber existido en su isla-continente. Al margen de la creencia en la paleoufologia, que afirmaba que los "wondjinas" venerados por las tribus aborígenes australianas eran en verdad seres de otro mundo, las ruinas y tradiciones sobre estas civilizaciones en la desértica Australia occidental se basaban en hechos concretos. "Las tradiciones nativas," escribe Gilroy "afirman que existió un puente terrestre entre Australia y Nueva Guinea en lo que hoy denominamos el Estrecho de Torres, con una cultura cuyos restos pueden verse cerca de la ciudad de Port Moresby bajo el agua. Otras ruinas misteriosas existen cerca de Alice Springs, consistiendo en cuatro terrazas de 40 pies de alto, construidas de grandes bloques a la manera de la enigmática Tiahuanaco, y piedras ciclópeas parecidas yacen bajo el mar cerca de Brisbane (Queensland, Australia)."
En otro escrito, Gilroy nos informa de la existencia de "moais" en Australia, descubiertos cerca de la población de Emerald, también en Queensland, y en las cercanías el Estrecho de Whitsunday, agregándole al misterio el supuesto hallazgo de una gran cabeza "maya" en Cambelltown al sur de la populosa Sydney. Aunque Gilroy no nos facilita dibujos ni fuentes de información sobre estos curiosos descubrimientos, cabe especular si la cultura madre del Pacífico pudo haber estado en Australia, y que los moais de la isla de Pascua representan sus lejanos avatares, marcando tal vez los lindes de su imperio.

De ser así, la paleontología nos ofrece otro curioso regalo de la antigüedad olvidada: estatuas de 4 pies de estatura talladas en esteatita, a las que se les ha asignado una edad de 25,000 años mediante pruebas de radiocarbono realizadas al entorno circundante.

Hasta los investigadores del misterio se resisten a creer en algunas de estas extravagantes sugerencias, prefiriendo seguir la vertiente de "Australia como colonia egipcia", fundamentándose en las grandes estructuras piramidales que pueden verse no solo en Woomera (desde donde operaba el programa espacial del Reino Unido en los '60, actualmente una de las estaciones de rastreo más importantes de la NASA) sino también en Queensland y Nueva Gales del Sur.

A pesar de que existen jeroglíficos que nos hablan del viaje de cierto almirante de la corte faraónica cuyos viajes pudieron haberlo llevado a Egipto, sigamos por la vertiente menos ortodoxa. ¿Será posible que Australia pueda ser el mítico continente de Mu o Lemuria, que lejos de hundirse bajo las aguas del extenso Pacífico, sencillamente fue arrasada por condiciones desconocidas?

Teosofía y seres prehistóricos

No podemos internarnos en esta hipótesis sin traer a colación un personaje de talla ciclópea en estos asuntos, aunque se le haya tachado de fraude y embaucadora: Helena Petrona Blavatsky.
Clarividente y esoterista, la figura más insigne de la teosofía afirmaba en sus escritos que la humanidad había atravesado una secuencia de etapas de desarrollo denominadas "razas raíz". La primera raza era espiritual, ocupando la "sagrada tierra imperecedera". La segunda, los hiperbóreos, también era espiritual y su hogar era un continente en el ártico. La tercera de estas razas, sin embargo, ocupó Lemuria, cuyos restos podemos ver en la moderna Australia y Micronesia, afirmando que los altos y esbeltos aborígenes australianos eran descendientes de esta raza, cuyo proceso evolutivo había comenzado por darles el aspecto de aterradores gigantes de tres ojos, viviendo en chozas.

La Lemuria que nos describen los escritos teosóficos distaba mucho de ser la que nos presentan otras tradiciones. "Un manto denso, cargado de vapor, llenaba la atmosfera de la tierra, y aunque la luz solar bañaba el planeta, los rayos solares solo se filtraban a través de densas nubes. Los monstruos se convertían paulatinamente en hombres, gigantes que se movían con lentitud y pasaban gran parte de sus vidas acostados, tratando de levantarse. Puesto que eran incapaces de doblar sus rodillas, tenían que apoyarse contra los árboles. Cuando comenzaron a andar, les era necesario valerse de grandes y pesados bastones." Posteriormente, el texto afirma que los patagones eran la última muestra de la destilación final de los lemurios, antes de ser sobreseídos por la cuarta raza raíz, los atlantes. No obstante, es posible sugerir que si Blavatsky (o sus maestros sobrenaturales) se equivocaban, tal vez no lo hicieron tanto. Sus descripciones en cierto modo pueden aplicarse a los no tan legendarios "yowies" que ocupan las montañas de Nueva Gales del Sur. Estos seres de tres metros de estatura, emparentados con el yeti himalayo y el Bigfoot norteamericano (o el gugwe, una versión aún más aterradora de dicho ser) no parecen ser capaces de flexionar sus rodillas, y efectivamente se apoyan contra los árboles.



El escritor italiano Peter Kolosimo toma prestado el lenguaje de H.P. Lovecraft para describir su propia visión de la desaparecida Lemuria, cuyos restos incluirían las islas del Pacífico: "Aquellos que nos dicen todo esto," escribe, refiriéndose a los teósofos, "sobre los lemurios afirman que con el paso de las eras, estas espantosas criaturas se desarrollaron para resultar en algo que parece una fusión de bosquimano y primate. Los bosquimanos, se nos informa, son de hecho descendientes de los lemurios, al igual que los aborígenes de Australia, los nativos de Tierra del Fuego y otra tribus africanas y de la India".

Un nexo interesante entre el mundo espiritual de la teosofía y la criptozoología.

"El folklore aborigen," nos cuenta Rex Gilroy, "mantiene que los aborígenes compartieron esta tierra con otras razas humanas que ocuparon las tierra antes que ellos. Entre ellas figuraba una raza de hombres y mujeres gigantes que confeccionaban herramientas." El autor cita el descubrimiento de petroglifos en distintas partes de Australia cuyo origen se ha asignado a posibles extraterrestres, pero el esoterista australiano se reserva sus comentarios al respecto, insistiendo que las enormes herramientas de piedra que han sido excavadas tanto en Oceanía como África, amén de quijadas y dientes fósiles, representan una prueba más contundente.

La ciencia oficial nos informa que el megántropo era 2/3 del tamaño del gigantopiteco, colocandolo a 2.44 metros y con un peso aproximado de ciento ochenta a doscientos cincuenta kilogramos. La mándibula más reciente de megántropo fue hallada en 1993.



"En distintos lugares del centro oeste del estado," sigue Gilroy, "he descubierto enormes herramientas de piedra, incluyendo hachas, bastones, cuchillos y otras herramientas con un peso de 5.5 a 16.5 kilogramos - objetos que solo pudieron haber sido creados y utilizados por seres de enorme estatura y fuerza. ¿Pertenecieron estos implementos a los parientes australianos del megántropo (Meganthropus palaeojavanicus, hombre de Java gigante), que merodeó el sureste asiático hace unos 500,000 años?" (Australasian Post, September 11, 1986)

Los monstruos del subsuelo

El testimonio mudo de las piedras labradas por manos desconocidas es impresionante, pero existen otros misterios en Australia que resultan igual de apasionantes. Uno de ellos, que se circuló en la prensa de aquel país en la primavera de 1966, tuvo que ver con un extraño hallazgo bajo las arenas del Northern Territory, a más de trescientas millas al sur de la ciudad de Darwin en el asentamiento Killarney.

Norman Jensen, un veterano perforador de pozos, acostumbrado a las condiciones inhóspitas de la región, procedió a realizar su labor a quince millas el asentamiento Killarney, una estación de ganado ovino (sheep station, en inglés). La broca del taladro había perforado capas de caliza, arcilla, tierra roja y arenisca para alcanzar el manto freático cuando repentinamente, a una profundidad de 102 pies (31 metros), se produjo un descenso repentino a 111 pies (33 metros). Pensando que había logrado su cometido, Jensen hizo bajar una bomba para comprobar la calidad del líquido.

Grande fue su sorpresa, sin embargo, cuando en vez de agua, lo que salió de la bomba "una cubeta de carne, hueso, piel y pelo", según la nota periodística.

El perforador confesó al condestable local, Roy Harvey, que jamás había visto nada parecido. El material fue transportado a la estación Killarney, donde las gallinas se alimentaron de él sin sufrir efectos perniciosos. Días más tarde, los extraños restos aún no se habían podrido.

Se remitieron muestras al doctor W.A Langsford, Director del Departamento de Salud de la Mancomunidad Australiana con sede en Darwin. Tras de realizar un análisis, el médico sentenció que el material obtenido a treinta metros de profundidad era, en efecto, tejido y pelo, pero que sería necesario remitir la evidencia a un laboratorio especializado en la ciudad de Adelaide para ampliar detalles. "Cabía la posibilidad de que el material hasta podía ser humano."

Un dato sensacional, sin duda, que apareció inicialmente en la desparecida revista FATE (Septiembre 1966) y posteriormente en el libro Atlantis Rising del autor Brad Steiger (1976). Como suele suceder con estas noticias, no hubo seguimiento alguno y se pierde la pista de los restos hallados bajo el suelo australiano. Nos es posible confirmar con la tecnología a nuestra disposición que el doctor Langsford no solo existió, sino que tuvo una carrera muy distinguida en la investigación del genoma aborigen (National Centre for Indigenous Genomics), estudiando cromosomas de 1969 a 1973 y levantando el estudio de treponematosis del Northern Territory en 1968. El condestable Roy Harvey, apodado "Bluey", asumió su cargo el 13 de junio de 1965 hasta su jubilación por cuestiones de salud en 1978. Participó en batidas para capturar a diversos forajidos, incluyendo 40 días seguidos en pos del asesino Larry Boy.

Sobre el perforador Norman Jensen existe aún más información. El 2 de noviembre de 2011, la señora Toni Tapp Coutts publicó una foto de Jensen en la web www.open.abc.net.eu, con información adicional sobre el asunto, que nos tomamos la libertad de traducir:

"Hallar agua en este gran país es una labor difícil," escribe Toni. "Mis padres fueron pioneros en la estación Killarney - 1700 kilómetros cuadrados de tierra colorada, planicies de tierra negra y amarillenta hierba de Mitchell. En Killarney no existían pozos permanentes de agua. Era necesario buscar cualquier agua bajo el suelo, una tarea larga, atareada y a menudo infructuosa. Norman Jensen (a la derecha en la foto) perforó pozos en todo el Distrito de Victoria RIver en la Región Katherine del Northern Territory. En 1968, "Old Norm" nos estaba perforando un pozo nuevo cuando las varillas de perforación afloraron trozos de carne, pelo y sangre de una profundidad de 30 metros. Dejó de perforar enseguida, convencido de que había traspasado un animal prehistórico. Guardó pedazos de carne en una lata de tabaco y las trajo a la estación. Tras mucha conversación y charla rural, mi madre remitió una muestra al CSIRO en Darwin. Parece que fue enviada de ahí a Adelaide. No recuerdo el desenlace, pero el pozo fue tapado y "Old Norm" perforó un segundo pozo a 100 metros de distancia que produjo un buen caudal de agua, resultando en la construcción de un tanque de lodos y bebederos para el ganado. La zona recibió el nombre acertado de Monster Bore (agujero del monstruo) y sigue siendo un punto de abastecimiento importante para la concentración de ganado en el asentamiento Killarney. Hasta el sol de hoy, la gente va a visitar "los abrevaderos de Monster Bore".



Habiendo establecido la veracidad de los hechos, ¿Qué eran los misteriosos restos que Norman Jensen tomó por prehistóricos? Steiger en su libro sugiere que el material correspondía “a un topo gigante o a uno de los amos de la tierra hueca”. La ciencia ha comprobado la existencia de una megafauna abrumadora en Australia: leones marsupiales, wombats de 300º kilogramos de peso (el diprodonte), y el Procopton goliah, un canguro de 3 metros de altura con peso de 230 kilogramos – todos ellos siendo animales que existieron hace 50,000 años. El material orgánico hallado por Jensen, sin embargo, era carne fresca y ocupaba un espacio de tres metros bajo la tierra.

Nos atrevemos a sugerir dos posibilidades descabelladas para acompañar la hipótesis de Steiger: un enterramiento de enormes seres “yowie” o los restos de algún gigantesco habitante de la desparecida Lemuria, incorrupto por algún proceso que de por sí representaría otra teoría descabellada.

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