Thursday, September 24, 2015

Medianoche en el desierto: Especulaciones sobre Bigfoot



Medianoche en el desierto: Especulaciones sobre Bigfoot.
Por Scott Corrales © 2015

El antropólogo Stanley Gooch escribía – en su libro sobre lo paranormal – que gran parte del temor que los sentimos los humanos hacia la noche (o mejor dicho, el temor que siente el homo sapiens sapiens hacia la oscuridad) no se debe a motivos sobrenaturales ni tampoco a la afirmación de Elías Canetti sobre “el temor a ser atrapados y devorados” por alguna fiera. Al contrario, Gooch sugiere algo que comienza a ser moneda de curso legal en la ciencia: que el hombre moderno y el neandertal coincidieron por mucho tiempo en la historia, y que este último – nocturno y venerador de la luna – pasó a convertirse en el temido “coco” de nuestros ancestros – diurnos y veneradores del sol. El planteamiento puede tildarse de ingenuo, sobre todo por aquellos que no son partidarios de las explicaciones que no se rigen por los dictados de la ciencia oficial, pero… ¿y qué tal si los antepasados del hombre moderno no temían al pobre neandertal, sino a una presencia mucho más tenebrosa? Como he señalado anteriormente, todas las leyendas de la humanidad suelen tener un grado de verosimilitud, y la presencia de ogros y gigantes en las tradiciones de muchos continentes bien pueden sugerir que una rama de otro ser que solo conocemos por sus muelas y quijadas – el gigantopitecus blacki – no sólo sobrevivió a los embistes del tiempo, sino que sigue vivo entre nosotros, conocido por un sinnúmero de nombres desde los pantanos de la cuenca del Misisipí hasta las heladas riberas del Lena en Siberia. Nuestro viejo amigo el yeti – o Bigfoot, Piegrande o como se le quiera llamar – sigue contemplando nuestras actividades desde las sombras del bosque.

Hace poco surgió la historia de un agente de la policía estatal que – por razones obvias – se negó a aportar datos personales por los problemas que esto podía acarrearle en la jefatura. Su encuentro con lo desconocido se debió a razones puramente policiacas: los vecinos de un condado en el este del estado de Texas se habían quejado de que muchos adolescentes se dedicaban a utilizar un tramo recto de carretera para hacer competencias automovilísticas, y clamaban a voces la intervención de las autoridades. El agente se apostó en un sendero que daba con la recta, ocultado por la oscuridad, listo para perseguir al primer revoltoso que decidiera pasar frente a su patrulla a velocidades temerarias.

Su patrulla – una camioneta Tahoe – tenía todo lo necesario para detener a los implicados, y el agente apagó las luces y dispuso a esperar. Como es común en estos casos, sintió repentinamente que alguien le estaba mirando…
Al mirar a su derecha, hacia el asiento de pasajeros con la ventanilla cerrada, se horrorizó al ver un rostro de facciones bestiales que lo miraba fijamente. El agente confiesa haber sufrido un ataque de histeria, empujándose contra la puerta al lado de su propio asiento en un intento inconsciente de aumentar la distancia que lo separaba de aquel rostro cuyos ojos negros lo miraban fijamente. Su entrenamiento le hizo recuperar los estribos, pensando dos veces antes de sacar su arma reglamentaria y abrir fuego contra “aquello” desde el interior del vehículo. Enseguida encendió todas las luces de la camioneta Tahoe, incluyendo la sirena, tratando de hacer la mayor cantidad de ruido posible. El rostro, sin inmutarse, se apartó del cristal de la ventana y desapareció.

Fue entonces que el agente de la policía estatal se dio cuenta que aquella cosa se había agachado para mirar hacia el interior del vehículo

La figura se alejó lentamente hacia el interior de la arboleda, su forma iluminada por las luces blancas de los frenos del vehículo. El agente explicó que aquella enorme figura estaba cubierta de pelo, y que caminaba muy parsimoniosamente hasta perderse. Sin titubear, el policía estatal puso su vehículo en marcha y salió de la zona, su misión original olvidada.

Y es que la zona este del gran estado de Texas, que asociamos a menudo con torres petroleras y llanuras dominadas por extensos latifundios como el rancho Southfork de la vieja serie Dallas, contiene ciénagas y pantanos de dimensiones colosales como el famoso “Big Thicket”, región que abarca cuatrocientos setenta kilómetros cuadrados bajo protección estatal, sin contar las zonas boscosas circundantes que se extienden por cientos de kilómetros más. Es aquí donde se han producido más encuentros con seres del tipo Bigfoot que en el mismo Pacífico Norte, considerado oficialmente como el hábitat de las criaturas peludas.

El criptozoólogo Loren Coleman llegó a considerar, en cierto momento, que los encuentros y avistamientos de estos seres bien podrían sugerir algo revolucionario para la zoología oficial: la existencia de grandes simios en América del Norte, a los que bautizó con las siglas NAPES (North American Apes). Estas criaturas se aprovecharían de los ríos del sur de los Estados Unidos y su densa vegetación para desplazarse de norte a sur y viceversa, explicando los incidentes de “Bigfoot” en Texas, Luisiana, Oklahoma y Missouri – este último estado siendo el hábitat de “Momo”, el monstruo del rio Misuri, y el monstruo de Fouke, nativo del estado de Arkansas.

“Extendiéndose a lo largo del valle del Misisipí y los valles de sus tributarios encontramos una extensa red de bosques mixtos y deciduos de dosel cerrado. Los bosques en galería de la red del Misisipí consisten mayormente de robles, árboles de goma y cipreses en su región meridional, y olmos, fresnos y álamos en su parte septentrional. Estas tierras aluvionales, como se les conoce técnicamente, cubren gran parte del sur y se encuentran más o menos ignoradas u olvidadas. Desafortunadamente, porque en estas tierras aluvionales se encuentra lo que podría ser el hallazgo zoológico del siglo.”
(Coleman, Mysterious América, p.156)


La controvertida idea no fue acogida por los círculos oficiales, ya que pondría de cabeza todo lo establecido sobre primatología en estas tierras, dejando muchos doctorados totalmente inservibles.

Aventuras con la patrulla fronteriza

Existen pocos temas capaces de suscitar más controversias que el de la inmigración ilegal a los Estados Unidos, y todos tienen una opinión sobre el tema, a favor o en contra. Son pocas las veces que escuchamos las experiencias de los agentes encargados con vigilar las líneas imaginarias trazadas por la mano del hombre a lo largo de montañas y desiertos, y en esta oportunidad, le ha tocado el turno a un agente jubilado de la temida “migra” – Rocky Elmore, que ha plasmado sus vivencias en un libro titulado Out on Foot (A Pie) publicado en el 2015 por Duffin Creative.



El libro de Elmore es interesante porque no pretende ser un libro de lo paranormal, sino un recuento de la vida, tradiciones y peligros que enfrentan los reclutas – y eventuales agentes – de la policía fronteriza. Los primeros capítulos establecen el entorno en el que realizan su trabajo, los ardides de los traficantes de vidas humanas y las esperanzas de los hombres y mujeres que se exponen al peligro del desierto para entrar al sur de los Estados Unidos. No es sino hasta bien entrada la lectura que Elmore trae a colación los misterios con que ha tenido que lidiar la policía fronteriza (aunque cabe mencionar aquí que en todos sus años como agente, ni Elmore ni sus colegas tuvieron avistamientos OVNI de ningún tipo, lo que puede resultar sorprendente, dada la fama del sureste norteamericano en cuanto a estos temas).

Sin especificar el año, ni revelar las identidades de agentes que aún siguen activos, Rocky Elmore narra la ocasión en que los fronterizos recibieron la instrucción por radio de abandonar un sitio específico en el que trataban de interceptar una banda de ilegales.

“A la noche siguiente”, escribe Elmore, “el supervisor de operaciones de campo impartió una advertencia muy severa sobre las operaciones nocturnas a pie. ‘Deben cuidar sus espaldas y estar muy conscientes de su entorno’, advirtió al grupo de patrulla, pasando a contarnos lo que Jeb había visto cerca del rio Otay la noche anterior, mientras que hacía uso de la cámara térmica. ‘Tal vez no haya sido más que un gato montés o algo parecido, pero si lo fue, es el más grande que se haya visto jamás.’
Se habló sobre esto en la estación antes de que caducara la novedad del asunto. Todos supusimos que era un gato montés, aunque el supervisor se cuidó de no decir lo que realmente era. Pensé que eso era todo lo que había sobre el tema, pero ¡no fue así!”


Un año más tarde, en conversación con otros agentes, surgió el tema de lo que había visto el agente Jeb, quien había sido transferido a otra jefatura.

“¿Te enteraste de lo que vio Jeb aquella noche en Otay Lakes con la cámara térmica?”
“Ah, ¿te refieres a la noche en que vio un gato montés acechando a dos agentes?”
“¡No! Lo del gato montés era un bulo. Una tapadera. Jeb había despachado a unos agentes para lidiar con un grupo de inmigrantes que bajaba por la ladera. Los agentes iban a pie y estaban a punto de sorprenderlos cuando algo subió por el río y comenzó a acechar a los agentes. Era bípedo, caminaba erecto sobre ambos pies. Cuando la bestia se colocó detrás de los agentes, fue posible determinar su estatura. Era imponente, dejaba cortos a ambos agentes. Jeb dijo que era mucho más grande que un oso, y que la huella térmica era enorme. Jeb dijo que jamás había visto nada parecido.”
(Out on Foot, p. 140)


Elmore cuenta otra historia en la que un grupo despavorido de cinco ilegales – en vez de huir de “la migra” – corrió a toda prisa hacia los agentes norteamericanos, implorando su protección, ya que una enorme bestia venía hacia ellos, habiendo salido repentinamente de los matorrales. Pero sobraban las descripciones, porque uno de los ilegales levantó el dedo para indicarle a los agentes que ahí estaba, abriéndose paso entre la vegetación semidesértica con un movimiento parecido a las brazadas de un nadador. Sobra decir que tanto los fronterizos como los ilegales saliendo corriendo.



“Una noche, mientras que trabajaba en Mine Canyon, un agente bisoño que me acompañaba me contó sobre un grupo de ilegales que había apresado a comienzos de ese mismo mes en Mine Canyon. Me dijo: “Los ilegales me pidieron un favor. Me dijeron que al fondo del cañón había un monstruo, y que si no era mucha molestia, que bajara yo a matarlo”.
Otro grupo de ilegales en la cara oeste de la montaña también afirmó haber sido víctima de la persecución por una bestia en Windmill Canyon. “Pude sentir el calor de su aliento,” exclamó uno de ellos, aterrado. “¡Podía sentir su resuello a mis espaldas!”
(Out on Foot, p. 141)


La zona en que se desarrolla la narrativa de Rocky Elmore es la frontera entre el estado mexicano de Baja California Norte y la estadounidense California, concretamente Otay Mountain, justo al este de la populosa ciudad de San Diego. El drama de la inmigración a través del desierto se desarrolla a kilómetros de esta importante concentración urbana…y seres peludos viven en sus alrededores, a sabiendas de la población.

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