Tuesday, June 30, 2015

En Pos de lo Desconocido: Posibles Viajes Interestelares

En Pos de lo Desconocido: Posibles Viajes Interestelares
Por Scott Corrales




Desde hace décadas han venido consumiéndose toneladas métricas de papel dedicadas al tema de la manera en que los seres humanos podrían llegar a las estrellas: no hace falta decir que el género completo de la ciencia-ficción se ha abocado por el tema, y en sus ratos libres, los mismos científicos se han dedicado a pensar sobre si será posible que astronautas del planeta tierra puedan alcanzar la más cercana de dichas estrellas.

El interés por el tema fue revivido hace varios años por un artículo en la revista estadounidense TIME (29 de enero de 1.996) en que se trataba exhaustivamente el descubrimiento de dos planetas orbitando las estrellas 47 Ursa Majoris y 70 Virginis respectivamente. En años posteriores, llegarían a descubrirse 48 planetas más a distancias prodigiosas de nuestro sistema solar--no todos ellos gigantes gaseosos como Júpiter o Saturno, sino mundos sólidos capaces de albergar mares y posiblemente vida. Un abismo insondable de 35 años luz nos separa de los mundos que orbitan las estrellas mencionadas arriba, y el artículo de TIME recuerda a sus lectores que la sonda artificial más rápida creada por los seres humanos tomaría cientos de miles de años en llegar a su destino, y que encima de eso, sería necesario aguardar treinta y cinco años más para recibir noticias sobre cualquier hallazgo.

La creencia en la posibilidad de vida inteligente y poseedora de tecnología avanzada en mundos alienígenas es el fundamento de la hipótesis extraterrestre (HET) de la ovnilogía, que es el punto de vista más ampliamente difundido dentro del campo de estudio, a pesar de que muchos investigadores opinan lo contrario. Dado que la tecnología de cualquier civilización adelantada no podría distinguirse de la magia, según el famoso postulado de Arthur C. Clarke, los seres que vuelan por nuestra atmósfera en sus naves espaciales (y que supuestamente se dedican a secuestrar humanos poco precavidos), poseerían sistemas de propulsión hiperlumínica cuya existencia desafía todos los principios científicos y tecnológicos conocidos por nuestra ciencia. Hasta que nuestra propia tecnología logre alcanzar el nivel de la de los alienígenas que supuestamente nos visitan, permaneceremos confinados en nuestro sistema solar. Pero, ¿será eso cierto?

Polizones en platívolos

La novela Childhood's End ("El fin de la infancia") es una obra maestra de Arthur C. Clarke escrita en 1953, donde se narra el encuentro entre terrícolas y seres tutelarios conocidos como Overlords (los "amos"). Hacia el final de la obra, uno de los protagonistas humanos logra visitar el planeta de estos misteriosos seres como polizón en un platillo volador, convirtiéndose en el primer y único ser humano en llegar a las estrellas. La literatura del contactismo nos ha regalado un buen número de "viajes a las estrellas" en los que terrícolas son llevados repentinamente a planetas exóticos de la mano de extraterrestres con largas y rubias cabelleras. Las experiencias de los secuestrados por ovnis en los años '90 incluyen varias visitas al planeta moribundo de los llamados "grises" describen mundos devastados por enfermedades desconocidas o por accidentes tecnológicos; en los años '50, el contactado mexicano Armando Zurbarán desayunó opíparamente a bordo de un platillo antes de ser depositado nuevamente en la carretera que conduce al puerto de Acapulco, y mientras que ningún ser humano puede jactarse de haber hecho auto-stop para llegar a UMMO, el planeta ficticio cuya existencia causó sensación en Francia y España durante los '60 y '70, los seguidores de dicho tema llegaron a leer descripciones sobre el mundo futurista de los ummitas que orbitaba la estrella Wolf 424--descripciones que parecían tomadas de la serie Cosmos:1999.

Como regla general, los mundos extraterrestres descritos por los contactados (que recuerdan vivamente la experiencia de cómo llegaron ahí) tienen un punto en común con los mundos descritos por los secuestrados (cuyos recuerdos no son tan exactos), y se trata de la tecnología que existe en dichos lugares. Es cierto que los defensores de la HET sueñan con las ventajas que dichos adelantos representarían para nuestro mundo, si los extraterrestres se dignaran a compartirlos. Lo que parece no tomarse en cuenta es que estos mundos de maravilla pueden no ser tan avanzados en lo moral como nos gustaría creer--hechos que puede apreciarse en varios casos de contacto OVNI (como Cisco Grove, Hopkinsville, el caso Trancas, etc.). El aspecto romántico de la vida extraterrestre en mundos parecidos al nuestro sigue siendo tan vivo como antes, a pesar del cinismo que impera en nuestros días.


El factor del "no"

Por sorprendente que pueda parecer, la mayoría de los investigadores partidarios de la HET hacen causa común con los implacables escépticos en un aspecto muy concreto: la creencia en que jamás será posible rebasar la "barrera de la luz", haciendo mención casi constante del efecto de la dilatación del tiempo, que se produce cuando una hipotética nave espacial se acerca a velocidad de la luz. Este efecto significa que el tiempo parecería correr más lentamente para los tripulantes de la nave que viaja al 99.9% de la velocidad de la luz; los intrépidos astronautas no envejecerían en absoluto mientras que cientos de años transcurrirían en su punto de salida. Cabe suponer que una u otra raza extraterrestre haya logrado extender su vidas normales por siglos, o que hayan pasado a convertirse en organismos mecánicos, llegando al grado de clonarse repetidamente a lo largo de la duración del viaje. La ovnilogía sugiere que muchas razas pueden haber creado "robots orgánicos" (¿los grises?) para realizar exploraciones espaciales mientras que sus amos disfrutan los beneficios de haber permanecido en su planeta de origen. Sin embargo, estas conjeturas han sido descartadas como propias de la ciencia-ficción solamente.

Pocas son las veces en que los negadores de los viajes hiperlumínicos manifiestan que la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein, que limita la posibilidad de tales viajes a la "velocidad de la luz" tan bienamada por los autores de ciencia ficción, no dice en ningún momento que dichos viajes representen algo imposible. Los creyentes en la HET, por su parte, se rompen la cabeza tratando de adivinar la sustancia que potencia los motores de los OVNIS supuestamente sólidos que nos visitan a diario. Pero casi nadie se detiene a pensar en que los humildes terrícolas poseemos los medios para efectuar nuestras propias visitas de cortesía a las estrellas: sondas lanzadas desde nuestro sistema solar--naves espaciales, si se quiere--capaces de alcanzar las estrellas más cercanas a nuestro sol entre 35 y 65 años de viaje.


El proyecto "Dédalo"

Desplazándose al dieciséis por ciento de la velocidad de la luz--una velocidad un tanto mezquina--sería posible lograr que una serie de sondas alcanzaran los sistemas estelares más cercanos a la Tierra durante la vida de un ser humano. Sería posible llegar a Alfa del Centauro, puerto de escala de tantos ovninautas a lo largo de la historia de la ovnilogía, a cuatro años luz de distancia, en cuestión de 35 años en vez de las decenas de miles de años pronosticadas por los que creen que "jamás llegaremos a las estrellas". La distancia de seis años luz que nos separa de la Estrella de Barnard, y su fascinante familia planetaria de por lo menos dos gigantes gaseosos, podría franquearse en 47 años. Sirio, la "estrella canina" que ha desempeñado un papel predominante en la ovnilogía como el hogar de las especies no humanas que visitaron nuestro mundo en la prehistoria (nótese la importancia de Sirio en las creencias de los dogones del Sudán, así como en las tribus nativoamericanas), representa un viaje más dilatado: sería necesario invertir entre 56 a 63 años para recorrer la distancia de ocho años luz que nos separa.

El lector se preguntará a estas alturas qué sonda espacial sería capaz de acortar estas tremendas distancias (un año-luz es poco menos que seis trillones de millas), especialmente cuando nuestros vehículos más veloces--las sondas Pioneer y Voyager, que se valieron de la prodigiosa gravedad de Júpiter para lanzarse fuera del sistema solar a cien mil millas por hora--tomarían el resto de la eternidad para llegar a su destino. Podemos encontrar la respuesta en una propuesta de trabajo presentada por la British Interplanetary Society en 1.973: se trata del Proyecto Dédalo.

Si se llegara a construir, la sonda Dédalo sería el vehículo espacial más grande creado hasta el momento, pesando más de 70.000 toneladas y midiendo el doble de la altura del edificio Empire State de Nueva York. Las dimensiones del primer mensajero de la Tierra a las estrellas serían tan prodigiosas que espantarían a los tripulantes de las "naves nodriza" fusiformes que aparecen en las crónicas ovni. La compresión de nódulos de deuterio y helio-3, detonadas por proyectores láser, proporcionarían el impulso necesario como para lanzar la enorme sonda artificial hacia su destino. A diferencia de las ráfagas de impulsión relativamente breves que requieren nuestros trasbordadores espaciales para ganar la órbita terrestre, la sonda Dédalo necesitaría un plazo de impulsión de seis años--suficiente como para causar pesadillas a cualquier ingeniero. Las dimensiones y requisitos de propulsión mortíferos de este "leviatán del espacio"
harían necesaria su construcción en órbita, tal vez la órbita lunar. Por desalentador que pueda parecer, el equipo del proyecto Dédalo llegó a la conclusión de que "los vuelos interestelares parecerían ser en este momento una propuesta factible no sólo para la humanidad, sino para cualquier otra civilización que tenga nuestras mismas destrezas".

Entre los posibles destinos para la sonda Dédalo figuran Alfa del Centauro "a", una estrella idéntica a nuestro sol, descrita en el informe Dédalo como "una estrella de tipo solar y de alto interés biológico"; la estrella de Barnard, un destino atractivo por la evidencia de su sistema planetario, aunque demasiado caliente para albergar vida; Lalande 21185, a ocho años luz de camino, rodeada por una masa que sugiere un sistema planetario; Wolf 359, a siete y medio años luz de distancia, estrella que lanza "llamaradas frecuentes", según el informe, y otros objetivos más distantes pero no menos atractivos, como Tau Ceti y Epsilon Eridani.

¿Con quién nos encontraremos?

La llegada de la primera sonda terrestre a cualquiera de estos sistemas solares representaría el "momento de la verdad" para algunos contactados y sus "hermanos del espacio", ya que alegan proceder de algunos de estos sistemas (Alfa Centauro y Sirio, como se dijo anteriormente, ocupan sitios predominantes en las crónicas contactistas). Pero, ¿con quién nos encontraremos en estos sitios tan lejanos?

Cualquier planeta cuyas condiciones atmosféricas sean medianamente parecidas a las de nuestra Tierra casi seguramente estaría habitado por humanoides caricaturescos en vez de alienígenas a lo Michael Rennie o hermanos del espacio de rubia cabellera: los planetas con un campo gravitacional menor al nuestro producirían seres altos y esbeltos con aparatos respiratorios muy desarrollados. Para dichos seres, la gravedad de nuestro mundo sería intolerable y realizarían sus exploraciones a distancia. Otro mundo hipotético parecido al nuestro, pero con una gravedad tremenda, produciría seres achaparrados de gran fuerza física, cubiertos por piel muy gruesa o hasta escamosa--seres grotescos que estarían encantados con la gravitación terrestre, y las crónicas ovni están
repletas de encuentros cercanos con seres que en cierto modo coinciden con esta descripción.

También hay diferencias muy sutiles que nos separarían de estas criaturas, como el hecho de que nuestra vista está "sintonizada" a la frecuencia de 5000 angstroms de nuestro propio sol. Cualquier extraterrestre que venga a visitarnos de un mundo que gira en torno a un sol con mayor luz ultravioleta estaría casi ciego en nuestro mundo, tal vez dando lugar a relatos sobre ovninautas o seres cuyos ojos poseen luz propia. Para ellos, la Tierra sería un mundo sumido en las tinieblas.

Sucedería lo contrario con los habitantes de un mundo cuya estrella ocupa un lugar más elevado en la banda infrarroja: quedarían cegados por la luz de nuestro sol hasta el anochecer, cuando sus destrezas visuales les permitirían leer la señal infrarroja de cada ser viviente en nuestro planeta. Nuestras tradiciones afirman que los seres sobrenaturales malignos son criaturas de la noche. ¿Se tratará,a caso, de una referencia involuntaria a seres oriundos de un planeta o dimensión del espectro infrarrojo? Otros expertos han afirmado que los conceptos de "cielo" e "infierno" se ajustan perfectamente a los extremos opuestos del espectro electromagnético.

¿Y cual es la probabilidad de que encontraremos vida de cualquier clase? La consideración más importante para encontrar planetas, en primer lugar, consiste en estudiar las estrellas que ocupan el nivel inferior de la clasificación espectral--las estrellas denominadas F,G y K en las cartas astronómicas. Sirio, por ejemplo, es una estrella tipo A, y su "compañera oscura" es una enana blanca. Las posibilidades de hallar planetas en estos sistemas es mas bien remota. Alfa del Centauro "a" es la gemela de nuestro sol, pero tiene la desventaja de pertenecer a un sistema "trinario" de estrellas. Será necesario confirmar estas teorías en directo por medio de sondas espaciales.

¿Y si vienen ellos primero?


Aparte de los escurridizos ovnis que tanto nos han dado que hacer desde 1.947, siempre existe la posibilidad de que una civilización extraterrestre se decida a enviar una sonda propia a nuestro sistema solar--posibilidad que ha sido explorada ampliamente en libros y películas de ciencia-ficción. Si un artefacto de las proporciones del "Dédalo" llegara a nuestro vecindario, sería plenamente visible a nuestros telescopios. Pero, ¿que tal si se tratara de un objeto mucho más pequeño y sofisticado?

En abril de 1.995, el distinguido astrónomo australiano Duncan Steel publicó un informe en el cuaderno "The Observatory" donde comentaba la posibilidad de que una sonda genuinamente extraterrestre haya traspasado los linderos de nuestro sistema solar. Steele es un experto en la detección de objetos pequeños en la órbita terrestre, y ha participado en varios comités que alertaron a la NASA sobre el peligro que representan estos para la navegación espacial.

Según Steele, el telescopio reflector de Kitt Peak (Arizona, EUA) detectó un objeto orbitando nuestro sol en diciembre de 1.991. El objeto fue clasificado como VG 1.991 y descrito como una estructura de 10 metros de largo que presentaba variaciones rápidas en su brillantez, significando que tenía "secciones de reflectividad distintiva". VG 1.991 pasó a trescientas mil millas de la Tierra, y según los cálculos del astrónomo, parece haber hecho lo mismo en 1975 y a fines de 1950, descartando así la posibilidad de que pueda tratarse de un objeto lanzado desde nuestro mundo.

El profesor Steele explica que VG 1.991 no puede ser un asteroide dada sus fluctuaciones de brillantez, y que la órbita del objeto sería inestable dada su proximidad a la órbita terrestre, por lo que se entiende que el objeto adquirió dicha órbita recientemente en vez de hace miles de años.

El final del proyecto "Apolo" en los años '70, cuando la expoloración del espacio todavía llenaba de asombro al público en general, conceptos como el proyecto Dédalo contribuían a la sensación de maravilla que resulta tan importante para la exploración espacial. Veinte años después, con el presupuesto de la NASA visiblemente mermado y escaso apoyo oficial hacia iniciativas relativamente modestas, como la estación espacial Alfa, las imágenes del espacio profundo recogidas por el telescopio Hubble han contribuido al renacimiento del interés en las estrellas y la manera de alcanzarlas algún día, cuando nos hayamos convertido en una de las civilizaciones estelares en las que los adeptos de la HET depositan sus esperanzas.

Tuesday, June 02, 2015

Desapariciones en los Grandes Lagos



Desapariciones en los Grandes Lagos
Por Scott Corrales (c) 2015


Noviembre de 1918. Dos embarcaciones recién construidas - el Inkerman y el Cerisoles - se abren paso entre las brumas del lago Superior, el mayor de los Grandes Lagos. Ambos de cincuenta metros de eslora, los dragaminas - producto del astillero canadiense Canada Car Foundry - son un encargo del gobierno francés para barrer las aguas del Canal de la Mancha, a miles de kilómetros de distancia, de cualesquiera minas que hubiesen sobrevivido las campañas navales de la Gran Guerra.

Los canadienses estaban de plácemes. Habían conseguido el contrato para la fabricación de doce de estas naves de guerra, de la clase "Navarin", bajo la supervisión de ingenieros galos. Sus tripulantes eran reclutas de Flandes que habían sido enviados a Canadá a recibir su entrenamiento en Thunder Bay, provincia de Ontario, antes de ocupar sus puestos en los flamantes bajeles. Desplazándose entre las aguas del lago hacia lo que sería su hábitat natural, las aguas del oceano Atlántico, ni los tripulantes ni los capitanes de las respectivas embarcaciones estaban conscientes de que su próximo puerto de escala sería la eternidad.

La desaparición de estos buques de guerra, armados con cañones de 100 mm capaces de proyectar balas a una veintena de kilómetros, es uno de los enigmas más intrigantes de la larga y misteriosa historia de los Grandes Lagos. Los historiadores han achacado la desaparición a la falta de experiencia de los capitanes con las tormentas invernales que se producen en los lagos, sin contar que que tanto el Inkerman como el Cerisoles llevaba un capitán canadiense como asesor y piloto. Otra teoría conspirativa ha sido la posibilidad de que un submarino alemán haya penetrado los lagos, abriéndose paso por el rio San Lorenzo y sin ser detectado - una imposibilidad - por los custodios del canal de Welland, que une a los lagos Ontario y Erie, esquivando aquella maravilla de la naturaleza conocida como las cataratas del Niagara. Se ha sugerido también que los capitanes portaban órdenes selladas que no debían abrir hasta que no estuviesen en marcha, y que el contenido de estas cartas del almirantazgo francés les encomendaban una misión desconocida.


El hecho es que casi un siglo después, con todos los medios tecnológicos a nuestra disposición, los restos de ambos dragaminas nunca han sido hallados en las oscuras profundidades del lago Superior, a pesar de la existencia de muchos grupos interesados en el submarinismo y la exploración de barcos hundidos.

Lo verdaderamente intrigante es que ni Canadá ni Francia manifestaron gran preocupación por la pérdida; tampoco se emprendió una búsqueda en aquel momento. El cuaderno de registro de los Grandes Lagos que lleva el gobierno federal canadiense no ubica la desaparición de los dragaminas en el Superior, sino en el lago Ontario. Tampoco se hizo mención de la desparición en aquel momento, debido a la pesada censura mediática por motivo de la Gran Guerra. Tampoco deja de ser curioso que la desaparición posiblemente haya ocurrido en el lado estadounidense de los lagos, y que dicho gobierno no haya dicho nada.

Un dato adicional que hará sonreir a muchos: la Canadian Car Foundry (cuyos datos sobre las naves se han perdido) acabó fusionada con A.V. Roe Canada Ltd., la empresa fabricante del famoso platillo volador AVRO Car VZ-9, incapaz de elevarse a más de un metro del suelo.

Los Grandes Lagos son el mar interior de América del Norte, abarcando más del veinte por ciento del agua dulce de nuestro planeta, y con una extensión de casi doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados. La pérdida de la capa de hielo que cubría el continente hace diez milenios tuvo como consecuencia la creación de los lagos. Al igual que sucedió con el Mediterráneo, se formaron numerosos asentamientos a lo largo de sus costas y algunos de estos pasaron a convertirse en grandes urbes. La mano del hombre creó canales para conectar a los lagos con otras vías fluviales: el canal del rio Illinois, por ejemplo, permite la navegación desde los lagos hasta el golfo de México, mientras que el caudaloso San Lorenzo permite la salida de cargueros al Atlántico.

Las bondades de este milagro hidrológico y geológico también acarrean consecuencias meteorológicas, puesto que los lagos ejercen una influencia considerable sobre la meteorología estadounidense. Las grandes oleadas de frio polar descienden sobre sus aguas, convirtiéndolas en una gran máquina de nieve cuyos efectos se hacen sentir en algunas ocasionas hasta las costas de Luisiana. Las tormentas de invierno son un peligro considerable para la navegación. En octubre del 2010 se produjo la tormenta conocida como el “Chiclone” (ciclón de Chicago) por su impacto sobre esta ciudad a las orillas del lago Michigan, con un oleaje de ocho metros. Ni decir tiene que el efecto de estas tormentas ha resultado en el hundimiento de cientos de barcos y la pérdida de miles de vidas.

En épocas no tan remotas, tribus como los mohawk del estado de Nueva York hubesen considerado que la pérdida de las embarcaciones era obra de Oniare, la serpiente de agua con cuernos que moraba bajo las aguas del lago, hundiendo canoas y barcos por igual, devorando a sus pasajeros y emitiendo un aliento ponzoñoso. La única protección contra la serpiente consistía en invocar a Hinón, dios de las tormentas, y enemigo mortal de Oniare. ¿Se referían estas tradiciones a un plesiosauro, como en el caso del escurridizo monstruo de Loch Ness en Escocia? Más aterrador aún era el Mishipeshu de las tribus ojibwe, odawa y powatomi, la gran pantera submarina, un “felinoide” diamétricamente opuesto a los pájaros del trueno, con quienes lucha sin cesar, causando tormentas, muerte y desgracias. Según el antropólogo Chris Bolagno en su estudio Mountain Lion: An Unnatural History of Pumas and People, algunas tribus celebraban bailes rituales hasta la mitad del siglo XX para apaciguar a este poderoso ser.

Sirvan estos párrafos para orientar al lector sobre el trasfondo físico y cultural de estas aguas y sus historial de desastres y desapariciones misteriosas.

Una de las guerras más cruentas que se libraron durante la historia de América del Norte fue la denominada “Guerra de 1812” entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, resultando en la destrucción de la capital estadounidense dos años más tarde. Ambos países llenaron las aguas de los lagos Erie y Ontario con embarcaciones de guerra, las inglesas siendo en muchos casos superiores a las comandadas por el almirante Nelson en Trafalgar en 1804. Sin contar algunas escaramuzas, el alto mando inglés indicaría que nunca se produjo un encuentro naval en condiciones debido a que las aguas “no eran propicias para tales actividades.” Esta ambigua frase puede interpretarse de mil maneras, pero para nuestros fines consideraremos que los “sea lords” en Londres se referían a las tormentas y nevadas imprevistas y extrañas ventoleras que amenzaban con desarbolar sus naves y arrastrarlas con sus palos y cañones al abismo. Los funcionarios de la secretaría de la guerra de la joven unión americana casi seguramente afirmarían lo mismo.


La crónica de desapariciones se extiende desde el comienzo de las primeras exploraciones francesas del los lagos hasta el presente. En algunas de estos eventos, los barcos permanecen intactos, pero desaparecen pasajeros y tripulantes (cuyo infortunio se relega a haber tropezado y caído por la borda).

The Great Lakes Triangle
, obra del aviador Jay Gourley publicada en 1977, tenía un título que se aprovechaba de la obsesión popular por aquel otro supuesto y hoy olvidado triángulo, el de las Bermudas. Gourley hizo hincapié en un hecho: se habían producido más incidentes extraños en los lagos que en la zona del Atlántico famosa por sus supuestos misterios.
"Debido a la configuración irregular de los Grandes Lagos," escribió,"los pilotos, conscientes del peligro que representan, rutinariamente circumnavegan los lagos, aún cuando volar sobre ellos pueda resultar más breve. Es casi imposible que el avión más lento se encuentre a más de 20 minutos del aterrizaje. Un avión de pasajeros puede cruzar el lago Erie por el medio en diez minutos. Hay aviones más veloces que lo hacen en menos de cuatro. En cualquier punto de los Grandes Lagos, resulta posible que el piloto de cualquier avión de línea apague sus motores y sencillamente deslice hasta aterrizar. Existen cientos de balizas en tierra, agua y aire que constantemente vigilan las frecuencias de emergencia por si hay problemas. Conscientes de los incidentes obre los Grandes Lagos, la Administación de Aviación Federal (FAA) formó un "Servicio de Notificación de los Lagos" – cualquier piloto que sobrevuela estos cuerpos de agua debe remitir informes constantes a las estaciones de tierra. Si se produce una demora de diez minutos sin recibir dicho informe, se activa enseguida una misión de búsqueda y rescate.”

Esta orden - AT 7300.17 Lake Reporting Service, emitida por la oficina AEA-430 de la FAA entró en vigor el 1 de agosto de 1974 y se canceló sin explicaciones el 1 de marzo de 1990. El contenido exacto del documento ya no se encuentra accesible al público, como sucede con tantos otros materiales relacionados a esta intrigante parte de nuestro planeta.