Thursday, February 28, 2008

Tesoros Perdidos: ¿Realidad o Leyenda?




TESOROS PERDIDOS: ¿REALIDAD O LEYENDA?
Por Scott Corrales
© 2005

Para avivar la mente humana, no hace más falta que mencionar la existencia de un tesoro: montones de monedas de oro y plata, sortijas y colgantes de gran valor, orfebrería ejecutada por la mano de artesanos desconocidos y otros objetos que son testimonio mudo de la riqueza de monarcas olvidados y reinos desaparecidos. Desde nuestros sueños infantiles de piratas con patas de palo que entierran cofres llenos de doblones en alguna isla desierta hasta las prolongadas búsquedas realizadas por estudiosos y aventureros, ir en pos de la riqueza oculta de antaño ha inspirado poemas, libros y largometrajes. En el mundo de la fantasía heroica nos vienen a la memoria enseguida las experiencias de Conan con El Tesoro de Tranicos, el apilamiento de gemas y objetos valiosos en el asqueroso palacio de Gutheran de Org en las aventuras de Elric, y por supuesto, el dragón Smaug descansando cómodamente sobre el tesoro de los enanos de Erebor en el Hobbit...


Desde la tierra de El Dorado

--Pude hallarlo todo: cofres llenos de ropajes y de armas—fue allí dónde obtuve esta indumentaria y este acero – montones de monedas y gemas y ornamentos de oro—y en medio de todo ello, ¡las joyas de Tothmekri resplandeciendo como estrellas congeladas!
-- Robert E.Howard, El tesoro de Tranicos

Uno de los tesoros perdidos más fabulosos de Iberoamérca perteneció al Marqués de Yaví y Tojo – un caudal tan enorme que tuvo que ser acarreado por cuarenta mulas, que casi se desplomaban por el peso del oro y la plata que llevaban a cuestas.

Corría el año 1679 y Juan José Campero de Herrera, caballero de Calatrava, tuvo el golpe de suerte de contraer nupcias con Juana Bernardes de Obando, tataranieta del renombrado general Zárate, cuyos méritos le habían valido la concesión de enormes latifundios en el valle de Jujuy en la actual Argentina. El señorío de la familia Obando se extendía desde las afueras de la actual Humahuaca hasta la ciudad de Tarija en el “Alto Perú”, hoy Bolivia, cosa que dará al lector una mejor idea acerca de las dimensiones del latifundio: un territorio del tamaño de Suiza y Serbia, combinadas. La mano de su esposa confirió a Campero de Herrera el título de Marqués de Yaví y Tojo, dotando al caballero de Calatrava de bienes materiales, nobleza y poder en una sola ceremonia.

Al contrario de lo que podría esperarse tras haber recibido tal bondad, Campero de Herrera no se sentó a disfrutar de su golpe de suerte, sino que se lanzó a realizar mejoras a sus dominios, construyendo diques para regular el curso de un río cercano, molinos para alimentar la gran cantidad de nativos bajo su imperio, e instalaciones para rescatar placeres de oro de los ríos adyacentes. Pero hasta los cuentos de hadas tienen tienen su lado negativo: su acaudalada esposa resultó ser estéril y zozobró la esperanza de poder perpetuar el apellido familar. El marqués llegó a erigir dos iglesias con la esperanza de que el cielo corrigiese las vicisitudes de la biología, pero sin resultado alguno.

Los historiadores actuales han encontrado documentos eclesiásticos que atestiguan la riqueza de este marqués sin descendencia: un contrato de negocios menciona que de la mina de Cochinoca se extrajeron trescientos cincuenta quintales de plata (antigua medida de volumen equivalente a 100 kilogramos – un total de dieciséis mil kilogramos de plata mineral).

Campero de Herrera excavó túneles por debajo de Alicate, su casa de campo, para poder llegar hasta las minas y posiblemente como salidas de emergencia en caso de una sublevación indígena. Es muy posible que el marqués pudiese ver los negros nubarrones que dejaban verse en el horizonte: su riqueza y buena suerte le habían llevado a pensar que era posible separar su señoría del resto del virreinato y gobernarlo como reino independiente. El plan fracasó y el caballero se vio obligado a quemar todos sus documentos y libros y darse a la fuga. Pero su exilio no incluiría la pobreza, ya que su fortuna, su mujer y criados desaparecieron en 1696 sin que volviese a saberse nada de ellos

Tras este dilatado prólogo es que comienza “la leyenda del tesoro perdido del Marqués de Yaví y Tojo”. Cuenta la tradición que el marqués, frente a la imposibilidad de cruzar los Andes con su cargamento, decidió enterrar sus caudales en un lugar determinado para recuperarlo posteriormente. Para evitar los problemas inevitables a la hora de recordar el lugar el entierro, o cualquier cambio en la geografía que llegara a producirse, el marqués trazó símbolos en las piedras que rodeaban el sitio. Estas marcas aún pueden verse en el desfiladero que domina el río Yaví y que parecen jeroglíficos, mostrando lo que parece ser un ancla de mar y una figura felina. Los vecinos de la región insisten en que los trazos no son petroglifos indígenas sino los trazos realizados por el marqués para localizar su tesoro.

Una vez librado de la onerosa carga, cuenta la leyenda, el noble fugitivo llegó a un páramo conocido como Siete Corrales. Fue aquí dónde Campero de Herrera y su mujer perdieron la vida a manos de los indígenas, que se apoderaron de las cuarenta mulas que aún portaban grandes riquezas y vituallas.

Existen estructuras indígenas en la Sierra Mendieta que rodea la zona. ¿Existe la posibilidad de que el tesoro del marqués se encuentre en alguna de ellas? Los estancieros locales creen que sería factible dragar el Arroyo de Yuruma—donde se produjo la emboscada--para encontrar los zurrones que portaban las mulas. Este tesoro perdido sigue ahí, aguardando al valiente que quiera buscarlo.

Pero el tesoro perdido del Marqués no es el único tesoro perdido de la Argentina. Según Cristina Coccari, maestra jubilada, las tradiciones orales de la región del Tuy (palabra guaraní que significa “lodo blando”), que incluyen las aldeas de Lavalle, Madariaga y Villa Gesell, hablan de tesoros perdidos. En 1820, el gobierno argentino, recién constituido, mandó edificar una serie de fuertes para mantener a raya a las tribus indígenas. Vagones cargados de ladrillos para realizar esta empresa llegaron a la región desde Chascomús y se levantaron tres fortines – Juancho Viejo, Invernadas y La Porteña. El gobierno encargó al general Alzaga la misión de colonizar la región y dispersar a los nativos de las Pampas, conocidos por sus “razzias” y por el secuestro de de las mujeres y niños de los colonos.

Diez años más tarde, una de estas razzias, dirigidas por el jefe “Arbolito”, destruyó los fortines y mató a todos los colonos, con la excepción de una jovencita que se salvó junto con un cofre de cuero lleno de monedas de oro y plata, sepultado al pie de un árbol marcado por un rosario que pendía de las ramas.

La joven sobreviviente relató la tragedia a un sacerdote, el padre Castañeda, quien mandó a localizar el cofre que, a pesar de todos los esfuerzos, nunca fue localizado, puesto que un niño vecino había encontrado el rosario que colgaba de una de las ramas del árbol y se lo había llevado a su madre como regalo.

En la actualidad se cree que el cofre yace en el fondo de la laguna El Rosario, pero se considera que el tesoro está “maldito” por la sangre que se derramó por él, y que por consiguiente, será una fuente de desventuras para el que lo encuentre.

Los tesoros de la Nueva España

La República Mexicana supuestamente alberga una serie de tesoros perdidos que aún aguardan un “Indiana Jones” que venga por ellos.

Uno de estos caudales perdidos es “el tesoro del Fraile”, sepultado en algún rincón olvidado del estado de Coahuila en el norte del país. Durante el gran auge de oro y plata que abarcó la mayor parte del período virreinal, grandes tesoros fueron robados y ocultados. Este tesoro en particular, de acuerdo con el historiador Rubén Dávila Farías, tiene que ver una serie de cartas escritas por Fray Pedro de Noyola, un cura que abandonó el país durante las Guerras de Independencia. En una de estas misivas, fechada el 20 de enero de 1811, el sacerdote solicita a Cipriano Lozoya, vecino del puerto de Veracruz, que vaya a Coahuila a buscar el tesoro enterrado, puesto que “no me será posible regresar a ese país en el que fui tan feliz...pero tal vez la ventura te lleve, mi amigo, a una región feliz y salvaje conocida como el Bolsón de Mapimí, donde hallarás un cerro conocido como La Bufa. En ese cerro, de cara al sol durante el mes de mayo, podrás ver una sierra que domina esa altura y dos cerros más chicos a poca distancia. El punto de referencia que te quiero dar se conoce como el Antiguo Mineral de Mapimí...” pasando a explicar que a mitad del ascenso de uno de los cerros más pequeños, conocido como Guadalupe, existe una caverna en la que el buscador de tesoros debía caminar una distancia de “veinte varas” desde la boca del orificio y luego cavar “tres varas hacia abajo” para encontrar cuatro cajas fuertes llenas de orfebrería y platería pertenecientes a la iglesia, y unos doscientos cofres repletos de monedas de oro y plata acuñadas con la efigie de Carlos V. Otro hallazgo más espeluznante sería las osamentas de las cuatro mulas utilizadas para transportar este sorprendente tesoro.

Elena González, vecina de la ciudad de Torreón en Coahuila, informó al presentador Nino Canún en 1993 que poseía el “don de voces” y que una voz la había guiado a una serie de cuevas donde pudo hallar “una bolsita de tela con dieciséis monedas de plata”. ¿Había recibido la Srta. González un anticipo de la riqueza del Tesoro del Fraile?


El tesoro maldito de Nostradamus

Una cosa gorda y escamosa, de color amarillo, verde y negro, estaba sentada en el trono de Urish. De su hocico goteaba una bilis negra y alzó una de sus numerosas patas en ademán de saludo.
--Saludos—siseó—y cuidado, pues soy el guardián del tesoro de Urish

-- Michael Moorcock, La Torre Evanescente

Michel de Notre Dame, conocido para siempre como Nostradamus, nació en la aldea provenzal de Saint Rémy en 1503. Nostradamus ha sido considerado por muchos como el profeta posbíblico más importante de la historia por los enigmáticos versos conocidos como las Centurias. Michel fue el nieto de Pierre de Nostradamus, galeno al servicio de los reyes y duques de Francia. Hijo de una familia de matemáticos y filósofos, la obra de Nostradamus ha sido interpretada una y otra vez para ajustarse a toda suerte de intereses creados. Muchos han pasado por alto sus “cuatrenas” que no guardan relación alguna con la escatología, y una de ellas tiene que ver con un tesoro perdido.

La vigésimo séptima cuatrena (XXVII) dice así:

Dessous de chaine Guien du Ciel frappé.
Non loing da lá est caché le tresor,
Qui par long siecles avoir esté grappé,
Trouver mourra, l'oeil crevé de ressor

.
("Bajo los montes de Guayana por el cielo castigados,
a poca distancia tesoro oculto hay,
que sellado ha estado por muchos siglos
Muerte a quien lo encuentre, ojos por resortes lanzados”)


La 27ma cuatrena, una profecía que no tiene nada que ver con el ascenso o la caída de monarcas o con grandes guerras, ha sido ignorada, como lo han sido otras. La posibilidad de un tesoro oculto en la meseta de Guayana ciertamente resulta fascinante, y no se ha realizado ningún intento por descubrirlo. El tesoro, advierte Nostradamus, permanecerá intacto y la maldición que pesa sobre el primero que lo vea seguirá en pie. Los “ojos por resortes lanzados” sugieren alguna trampa ingeniosa fijada por el filibustero o pirata que tuvo que dejar sus haberes en este inhóspito lugar. Dispositivos parecidos, que nos hacen recordar las experiencias del ficticio Indiana Jones en las primeras escenas de Buscadores del arca perdida, existieron en la vida real: se cree que la tumba de Shi Huangdi, el legendario “emperador amarillo” de la China, aún sigue defendida por dardos mortíferos que cegarán la vida del primer profanador de tumbas que encuentre el sarcófago.

Pero no basta que sobre un tesoro pese la maldición de su antiguo propietario, o que esté maldito por la violencia de los esfuerzos en adquirirlo: en algunas ocasiones existe un “guardián sobrenatural” cuyo deber es el de proteger el tesoro y realizar el trabajo con eficacia pasmosa. Entre los muchos libros de la Biblioteca Pública de Cleveland (estado de Ohio, USA) podemos encontrar dos fascinantes tomos de esoterismo, el Libellus Magicus y la Praxis Magica, incunables que supuestamente formaron parte de la colección de A.E. Waite, el renombrado esoterista británico. El Libellus, conocido también como La Verdadera Obra Mágica de los Jesuitas, incluye una variedad de conjuros y hechizos, como “la invocación angélica de San Ciprián y el conjuro de los espíritus que custodian tesoros ocultos” – una herramienta al servicio del buscador de tesoros que desea ordenar, de manera solemne e imperiosa, que las fuerzas sobrenaturales abandonen los tesoros que custodian.

Ayudas paranormales de esta índole seguramente serían útiles para los valientes que quieran localizar ciertos tesoros perdidos, como el que supuestamente se haya dentro del sistema de cavernas de Khabriat Douma en las montañas del Líbano. Debido a su importante posición estratégica en las cordilleras libanesas, Douma atrajo la atención de conquistadores a través de los siglos hasta que finalmente fue destruida por los otomanos en el siglo XVII. Según las leyendas locales, existe un gran tesoro de origen desconocido bajo el promontorio rocoso conocido como Mar Nohra, y que las inscripciones y relieves en los muros rocosos de la región ofrecen pistas para localizarlo. Este complicado sistema de cavernas, de acuerdo con los expertos, fue empleado en la antigüedad con fines militares y se encuentra vinculado con la fortaleza de Al-Hossein. La tradición libanesa mantiene que una princesa ocultó cofres llenos de objetos de gran valor en las cuevas, que por ese motivo son conocidas como “Las cuevas de las cajas”. Ahora bien, este antiquísimo tesoro está protegido por una potente manifestación de la magia local denominada rasad, que castiga a los buscadores de tesoros arruinando sus negocios y destruyendo sus bienes y familias. Otros tesoros del cercano oriente se encuentran protegidos por guardianes aún más poderosos, como los ifriti.

Protectores sobrenaturales de este tipo también abundan en el continente americano: en la cueva conocida como La Malinche, en el estado mexicano de Veracruz, yace un tesoro (no se sabe si azteca o español) protegido por el fantasma de la mismísima Malinche o Doña Marina, la mujer que sirvió de intérprete a Hernán Cortés. Dice la leyenda que la preciosa aparición ofrece el tesoro a los incautos que tengan la mala suerte de encontrarse con ella, aunque esta les advierte que si no son capaces de extraer el tesoro, quedarán atrapados dentro de la cueva para siempre.

En Cornualles las tradiciones locales indican que las construcciones inexplicadas denominadas fogous juegan un papel en la búsqueda de tesoros sobrenaturales. Estas estructuras celtas figuran en el folclore local y alegadamente contienen espíritus malignos que protegen ciertas riquezas. Los aventureros que han osado internarse en estos edificios han tenido que enfrentar toda suerte de eventos paranormales, desde escuchar voces extrañas hasta la aparición de los espectros que se supone sean los custodios del tesoro que hay dentro.

En el siglo XIX, la espiritista estadounidense Emma Hardinge abordó las creencias de su época sobre el descubrimiento de oro o tesoros por medios sobrenaturales: la creencia popular manteía que los espíritus podían, en efecto, conducir a los vivos a encontrar tesoros ocultos, o ganancias menores como testamentos desaparecidos (Modern American Spiritualism, 439). Si el buscador de tesoros depositaba su confianza en los “guías espirituales” y efectivamente se localizaba un tesoro, el hecho comprobaba “la existencia de los espíritus mediante sus frutos”. Los escritos de Hardinge aportan un dato sumamente interesante – que el folclore americano asociaba los tesoros con seres espirituales desde mucho antes del auge del espiritismo en esas tierras. Se creía que los “espíritus de piratas o de indios” custodiaban riquezas ocultas contra los desmerecedores.

Aparte de la emoción de hacerse rico repentinamente – una constante en todas las culturas de nuestro mundo – el concepto de hallar tesoros ocultos, como el sueño infantil de encontrar un baúl lleno de riquezas dónde lo marca la “X” en un mapa pirata, ha llevado a muchos aventureros a gastar capital y vidas humanos en tales empresas. Desde el tesoro del dragón de Sigfrido hasta la maravillosa cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, nos empeñamos en creer que el oro de reyes muertos está a nuestro alcance, aunque dichos caudales estén resguardados por fuerzas que no podemos comprender.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home